| Descripción |
En los territorios cristianos, la acuñación de moneda fue mucho más tardía que en los islámicos debido a las diferentes condiciones económicas y sociales.
Tras la destrucción del reino visigodo de Toledo por la invasión musulmana en 711, los núcleos cristianos no acuñaron moneda propia, seguramente por diversas causas: baja actividad económica, debilidad del poder central para ejercer su prerrogativa de acuñación de moneda y la existencia de otros numerarios que cubrían la necesidad de moneda (antiguas monedas bajoimperiales y visigodas, y las contemporáneas carolingias y, sobre todo, andalusíes). Además se empleó el trueque, y se usó como moneda de cambio el modio de trigo, la oveja y los pagos en plata.
Tras unos primeros intentos, el despegue definitivo se produjo a finales del siglo XI, ligado al desarrollo de la vida urbana y del comercio, el impulso del Camino de Santiago y la consolidación de la conquista y las estructuras políticas.
Cada reino tuvo su propio sistema monetario, con distintos valores y tipos que combinaban imágenes de los reyes, símbolos religiosos y emblemas heráldicos, que se mantuvieron hasta ya entrado el siglo XVIII.
Las primeras emisiones cristianas de oro eran una imitación de las piezas andalusíes, pero la moneda característica de la Edad Media hasta el siglo XIII fue el dinero de vellón (aleación de plata y cobre), acuñado en todos los reinos cristianos europeos. En los siglos XIV y XV, la expansión comercial de Castilla, Aragón y Navarra exigía monedas de mayor poder adquisitivo. Así, las acuñaciones de oro abandonaron los modelos islámicos y se basaron en los florines florentinos y los ducados venecianos que, por entonces, dominaban el comercio europeo y mediterráneo.
Esta pieza es una dobla de la banda acuñada por Juan II de Castilla. El monarca, aprovechando que en Castilla circulaban habitualmente como moneda de oro las doblas nazaríes y éstas tenían un peso menor que las cristianas, ordenó acuñar piezas de menor peso y ley (19 quilates).
En su anverso aparece un escudo con una banda diagonal cuyos extremos salen de las bocas de dos dragones, en referencia a la enseña de la Orden de la Banda, creada en 1332 por su tatarabuelo, Alfonso XI. La elección de este motivo iconográfico busca remarcar la continuidad entre la dinastía de Borgoña y la de Trastámara, ya que todos los monarcas castellanos formaron parte de la misma.
Esta pieza fue acuñada en Burgos; en esta ceca se acuñaron dos tipos de anversos diferentes: en uno la banda presenta en sus extremos dos dragones (que en heráldica representan el cuidado y la vigilancia) y en otro sin ellos.
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